lunes, 30 de marzo de 2015

Símbolos caídos


LA HISTORIA DEL MEDALLÓN: símbolos caídos


En una entrada anterior explicaba la sorpresa que me supuso que la Editorial NEVERLAND contactara conmigo sin haber recibido siquiera un fragmento de mi novela. Ese interés vino motivado por unas breves columnas de opinión que les envié a modo de muestra, vestigios de mi antigua actividad como columnista en cierto periódico digital.
Aquí dejo el segundo de aquellos textos. Al igual que su predecesor, el tema tratado tiene bastante que ver con la época histórica en torno a la que gira el Medallón. O más bien con la herencia que ésta nos dejó: la Guerra Fría. Y también de la misma forma, creo que en absoluto ha perdido vigencia. 

Sección Nacional - Columnas de Opinión

Ignacio Arruego | Martes, 28 de marzo de 2006

"Símbolos caídos"

   La pasada semana se produjo la demolición de las instalaciones de Radio Liberty en la playa de Pals, Gerona. Me impresionó la imagen de esas enormes antenas de onda larga, blancas y rojas, envueltas en una nube de polvo al tiempo que caían. No era una demolición cualquiera. La de un edificio que incumpliese la ley de costas, por ejemplo. Claro que de éstas no se ve ni una. No interesa. Era algo más: la caída de todo un símbolo de otra época.

Antenas de Radio Liberty en Gerona, durante su demolición en el año 2006
   Radio Liberty nace a mediados de los cincuenta, en pleno clima de tensión entre las dos potencias supervivientes de la II Guerra Mundial: Estados Unidos y la Unión Soviética. Financiada por la CIA y puesta en manos del AMCOMLIB (American Comittee for Liberation from Bolchevism), fue este organismo quien decidió su localización en la costa gerundense, por las especiales características del terreno y la presencia del mar Mediterráneo, que favorecían la radio-propagación hacia el este de Europa y la URSS. Su objetivo, como es fácil imaginar, era realizar emisiones propagandísticas anti-comunistas.

   En aquella época España empezaba a abandonar tímidamente el aislamiento internacional en que llevaba sumida la última década. Al término de la citada guerra, la recién creada ONU se mostró esquiva con nuestro país. Entre otras razones por la oposición de EEUU a integrar en ella un régimen dictatorial europeo como el de Franco. Pero, paradojas de la vida, diez años más tarde el detestable generalillo español podía convertirse en un punto de apoyo en la lucha de los adalides del mundo libre contra el terror comunista. De pronto la identidad del verdadero enemigo, del auténtico peligro, aparecía nítida en la mente de los estadounidenses. Y España se presentaba como un enclave geoestratégico de indudable importancia. La falta de libertad, la represión, en fin, la barbarie del franquismo, quedaban relegadas a un segundo plano.

   Así que en 1953 se firma el tratado de cooperación en virtud del cual Franco recibe diversas ayudas económicas, a cambio de permitir la instalación de bases militares norteamericanas en su territorio. La resolución de la ONU que desde 1946 aconsejaba la retirada de embajadores de España es revocada, y finalmente el país es aceptado en la Organización dos años más tarde. Los estadounidenses obtuvieron a cambio un lugar privilegiado donde aparcar sus aviones. Y obviamente no sólo eso.

   Conque la destrucción de esas tremendas antenas es quizá algo más de lo que parece a simple vista. El franquismo acabó, o más bien murió. El comunismo demostró por sí mismo al mundo lo que era obvio, es decir, su naturaleza de utopía absurda en el mejor de los casos, y un día amaneció un mundo en el que la antigua Unión Soviética de descomponía y los fragmentos del otrora temible muro de Berlín servían como decoración o recuerdo macabros. Y Radio Liberty dejó de tener sentido. A mediados de 2001 la emisora dejaba de transmitir.

   Puede que haya terminado una era. Que los últimos vestigios de la misma vayan cayendo uno a uno paulatinamente. Sin embargo el cambio de actitud de Estados Unidos, el giro de ciento ochenta grados dado en apenas unos años, no es algo exclusivo de aquel tiempo ni de aquel país; bien lo sabemos hoy. Vivimos en un mundo en el que, para la mayoría de las personas, el fin justifica los medios. Un mundo en el que un mal mayor resta importancia a uno menor. Y por supuesto un mundo donde el dinero en todas sus formas, papel, metal o petróleo, rige el destino de millones de personas; de decenas de países. Y el juego de intereses creados que a fin de cuentas es la alta política internacional, ha convertido aquel organismo, la ONU que nació con tan buenas intenciones, en un circo de tres pistas con varios domadores.

   Pero ese mundo sigue girando y las guerras azotándolo en una u otra latitud. Aunque como todos sabemos, no todas las latitudes valen lo mismo. Ni nos importa. Así pues no parece que hayamos aprendido gran cosa. Quizá una última mirada atrás, al símbolo caído de lo que fueron las torres de Liberty, no esté de más estos días.

domingo, 22 de marzo de 2015

La muerte acecha a Beatriz


PASAJES DEL MEDALLÓN: LA MUERTE ACECHA A BEATRIZ
Si en un pasaje anterior el medallón atormentaba los sueños de Francesco de Melzi, cuatro siglos más tarde hará lo mismo con los de Beatriz, la protagonista principal de la novela. En su pesadilla aparecen algunas de las claves de la historia más reciente del extraño amuleto.


"Bea se encontraba lejos. Caminaba por un oscuro callejón del barrio latino de París, acompañada por una figura tenebrosa enfundada en una túnica negra como el carbón. Por más que lo intentaba, no conseguía distinguir su rostro entre los pliegues de una capucha exageradamente grande. Tan sólo dos puntos de luz de un azul intenso, relampagueando allí donde debieran estar los ojos, parecían poblar el interior de aquella especie de capirote. Pensó que se trataba de la muerte que la reclamaba. Pese a ello continuó andando a su lado, sin saber por qué, dócilmente guiada por los pasos de aquel ente sobrenatural, esperando ver caer la guadaña de un momento a otro, casi deseando que llegase ese instante en que cercenase su cabeza y la separase del tronco, alejándola de un mundo que se le antojaba triste y amenazador, librándola de ese dolor que, aunque ignorante de su origen, atenazaba su alma. Sin embargo nada ocurrió; el ente no hizo movimiento alguno. Tan sólo siguió avanzando, adentrándose en el callejón, deslizándose sobre un adoquinado antiguo como las entrañas de aquella ciudad, sin movimiento aparente de sus extremidades. De pronto el callejón terminó de golpe, sin previo aviso, para ir a desembocar en una plaza de planta triangular, una especie de plaza de armas delimitada por un edificio cuyas paredes de piedra le resultaron familiares. Una espesa niebla lo cubría todo, empapando el ambiente, impidiéndole en un primer momento identificar detalle alguno que hiciera reconocible aquel tétrico lugar. Poco a poco, conforme avanzaban hacia el centro del triángulo, la niebla se fue disolviendo, apartándose para desaparecer en las alturas al paso de aquella figura oscura que la guiaba. Comenzó a adivinar algunas formas. Decenas de ventanas cuadradas rompían la fachada en hileras perfectamente organizadas, cada una de ellas iluminada tenuemente por la luz de un cirio negro. Miles de sombras amarillentas se proyectaban a lo largo y ancho de las tres fachadas que ahora veía perfectamente desde el mismo centro de aquel triángulo macabro: Wewelsburg. Entonces la figura se detuvo y volvió hacia ella lo que debiera haber sido una cara, que no era más que una espesa negrura, hasta casi rozarla con el pliegue de su capucha. Los dos puntos azules proyectaron su fría luz sobre ella, directamente enfocados a sus ojos. Levantó un brazo y señaló hacia la parte más alta de la que parecía ser la fachada principal. Beatriz alzó la cabeza y dirigió su mirada allí donde apuntaba la mano desnuda, carente de carne, de la que emergía amenazante un dedo largo de huesos blancos como la leche. Beatriz quiso gritar, pero la asfixiante atmósfera del lugar se lo impidió. Apenas lograba llenar los pulmones del suficiente aire como para mantener una respiración que ya de por sí era entrecortada y costosa como la de un anciano. Expulsó todo el aire que llevaba dentro pero ningún sonido salió de su boca. Cayó al suelo agotada, boqueando como un pez fuera del agua, tratando de recuperar el resuello. Sobre ella, docenas de banderas rojas con las runas Sigel destacando en negro sobre un círculo blanco, ondeaban orgullosas movidas por un viento inexistente. Del mástil de la mayor de ellas, justo sobre la puerta principal, colgaba..."