sábado, 7 de febrero de 2015

Bares, qué lugares


LUGARES DEL MEDALLÓN: Bares, qué lugares

   
   Sí, lo reconozco. Lo digo siempre y lo manifiesto a través de los personajes principales de mi novela: me encantan los bares. Siempre he sido un noctámbulo y aunque, como todos, vaya notando el peso de los años, cerrar bares allí donde voy sigue siendo mi deporte favorito.
   No negaré que la cosa encierra sus paradojas y cuenta con numerosos detractores. Quienes viven en una típica zona de bares española, sufren lo indecible por culpa de quienes no saben comportarse mínimamente cuando atraviesan la puerta del local y salen a la calle. Y seamos sinceros, con dieciséis o veinte años todos hemos pecado de ello en más de una ocasión. 
   Yo mismo viví durante años encima de una sala de conciertos madrileña. Y sufrí el comportamiento de muchos de sus clientes, que en este caso, lamentablemente, pasaban de la treintena aunque a menudo lo disimularan más que bien.

Barras de bar: las auténticas redes sociales, mucho
antes de las redes sociales
   Zaragoza, donde transcurre buena parte de esta novela, tuvo su época de esplendor en eso de la marcha nocturna. Corrían los años noventa y tuve la suerte de disfrutar de ella. Luego vino un cierto cambio generacional, las redes sociales, el botellón, los precios abusivos (especialmente con el euro), y como remate, la crisis. Y ya nada de aquello volvió a ser lo que era.  

   Aquí queda este pequeño pasaje del Medallón para los nostálgicos de aquellas noches sin fin.


  "  Recordó aquellas noches interminables de Zaragoza. Primero un bocadillo en cualquier bar cercano a su zona, en el abarrotado Patio de Fran, o en el Dirham si habían decidido pasarse antes por La Estación del Silencio en aquellos años en que los Héroes aún no eran historia sino presente. Después al Rollo, donde la noche se abría a mil posibilidades. [...] A las tres y media o así, solían echar a andar ya entre tumbos y risas etílicas, hacia el casco antiguo. Allí les esperaban La Recogida, El Marqués, El Licenciado, Corto Maltés y tantos otros bares cuyos nombres casi sonaban ya míticos a sus oídos [...]. 
         Siempre había sentido un amor especial por los bares [...]. En ellos habían crecido, hecho amigos, reído y bebido hasta no tenerse en pie. También sufrieron desengaños o se enamoraron locamente. Se habían iniciado en el sexo, cometido excesos y, en definitiva, pasado horas y horas de las largas noches de España. En ellos, más que en cualquier otro lugar, habían crecido; finalmente habían crecido [...]. 
         Se había llevado una auténtica decepción al regresar a Zaragoza tanto tiempo después y hallar desaparecidos algunos antros que para él habían sido auténticos templos de la vida nocturna.    "

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